Thursday, November 02, 2006

La venganza de Dios

El niño está detrás de la ventana. Llueve, es de noche y hace frío y mamá no ha vuelto. Los hermanos menores juegan distraídos, se divierten. El niño llora silencioso, por la mamá hoy, por el miedo al futuro siempre. No entiende por qué, pero insulta a Dios en sus pensamientos, no puede evitarlo, "blasfemia" le enseñó el amigo sacerdote años más tarde, en la universidad, el único lugar donde creyó que podría ser feliz en el camino que recorrería. Pero esa fe repentina en la vida fue la última jugada macabra de un Dios al que aquel niño oraba con beatitud y desesperación; se ha burlado una vez más, pues hoy, casado, ha nacido un niño del amor con aquella mujer de sus sueños.

- Olvidaste tus promesas -oyó la voz de Dios-, juraste no fumar, ser abstemio y no desposar nunca una mujer -luego desapareció la voz y volvió el silencio.

Las había olvidado en verdad. Y hoy salvo el cigarrillo, su vida era la exacta negación de aquel pacto sellado con Dios, el bondadoso y amado padre celestial, todo amor. Mas Dios no olvida, pues su omnisciencia es absoluta y omnipotente. Y acá está otra vez para cobrar la renta periódica de esta vida que va siendo el día a día del destino que su voluntad -no la del niño- ha forjado para él: el hijo de aquel niño (hoy ya un hombre de alma envejecida) ha nacido bendecido por la mano divina del Señor. Una mutación genética que lo hará padecer mil cosas por gracia del eternamente bueno Padre de la Santísima Trinidad.

Entonces, el niño de antaño recuerda los versos del guerrillero: "no ores más al Dios que toda una vida mintió a tu esperanza". Y joven vuelven a dañar su alma los gritos y maldiciones que profiere su voz estentórea y ya casi un viejo, llora otra vez, detrás de una ventana, no llueve, no hace frío, pero la noche es más triste aún, no hay estrellas en el cielo, no hay luna alguna ilumniando esa noche salvaje en que sus lágrimas lo arrastran al tenebroso rincón de la soledad y la locura. Mamá está, gracias a Dios, piensa, pero hoy su hijo está atado en una gran mesa con mil espadas apuntando en su dirección y pendiendo de hilos a punto de quebrarse; como una bomba de tiempo a punto de estallar, a solo segundo, décimas de segundo... La victoria está garantizada para Dios, 999999999999 apuestas a su favor, solo 1 para él. "Las espadas van a caer", grita, "las espadas van a caer y mi odio a ti será tan grande, lo juro, como el miedo que te tengo hasta hoy, lo juro porque yo sé que es en vano".

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